Esta es, según palabras Fruto Vivas, la Catedral de la Arquitectura Indígena Venezolana. Una construcción de planta circular cuyo techo se prolonga hasta el suelo creando un volumen en forma de cúpula de doble curvatura que alcanza los 17 metros de diámetro y más de 12 de altura (Graciano Gasparini).
Levantada íntegramente con materiales orgánicos de la selva, su forma fija la vivienda al terreno llevando los empujes horizontales al suelo, lo que hace a esta construcción muy resistente a los fuertes vientos que pueden alcanzar unos máximos de entre 20 m/s a 30 m/s. Esta tipología única es originaria de la Amazonia venezolana, de las tierras habitadas por los Piaroa o Wotjuja desde hace milenios y es un ejemplo del bagaje cultural de los habitantes de estas tierras en su búsqueda natural de adaptación al medio.
Madera, varios tipos de palma y bejuco (liana) es todo lo que utiliza tradicionalmente esta comunidad para levantar este ancestral cobijo, creando un refugio del sol y del viento mediante un tupido colchón aislante de hoja de palmera entretejida. Dos pequeños huecos en el este y el oeste permiten ventilar y sirven de reloj solar, mientras que el fuego, en el centro, ahuyenta a los insectos y regula la humedad y la temperatura, que baja considerablemente durante la noche.
Por desgracia hace años que se abandonó la construcción este tipo de vivienda, quizá por un cambio en el modo de vida de las comunidades Piaroa (donde antes varias familias compartían una sola churuata ahora se opta por la vivenda unifamiliar), quizá por que hasta el propio Instituto de la Vivienda construye con bloque de cemento y chapa galvanizada en pleno bosque tropical (que los indígenas utilizan de almacén o dormitorio ya que son inhabitables durante la mayor parte del día). Hasta tal punto que, según afirma Graciano Gasparini en su libro Arquitectura Indígena Venezuela (2005), está a punto de desaparecer.
Afortunadamente un grupo de irreductibles y orgullosos piaroa están recuperando la tradición, esta y otras tantas que encierran un conocimiento profundo de su entorno que apenas empezamos a vislumbrar. Gracias a algunos de ellos hemos podido realizar en mayo de 2011 este estudio fotográfico que pensábamos de antemano más que improbable. A todos ellos está dedicado este artículo, especialmente a Adrián , Umberto, Cansio y Cruz, guardianes del Amazonas.