A día de hoy, el corcho donde llevamos el seguimiento los proyectos en curso del estudio está saturado, 14 rehabilitaciones en marcha. La razón no es tanto que haya mucho trabajo como que las obras que tenemos o no empiezan o no acaban nunca.
De estas obras de rehabilitación la gran mayoría se encuentran en Lavapiés, donde tenemos el estudio, y la variedad constructiva que encontramos en el barrio es para escribir un libro; corralas centenarias de 4 plantas levantadas de adobe con entramando de madera, antiguos conventos destinados a vivienda con muros de entramado, yesones y materiales indeterminados, tapiales… todo un museo habitado de sistemas constructivos ecológicos (lo que estamos empezando a llamar biodiversidad constructiva o diversidad bioconstructiva, lo mismo da) que ha resistido el paso de los siglos, terremotos incluidos, de una manera más que digna. Casas de barro, madera, yeso y cal levantadas con una aporte energético mínimo y sobre cuyos escombros podríamos plantar un huerto sin problemas. Después de trabajar en el centro de Madrid durante diez años todo lo que cuentan de «arquitectura sostenible» puede llegar a sonar a broma.


El caso es que, lejos de considerarse un patrimonio a proteger, esta arquitectura eficiente y duradera está siendo discriminada, perseguida, atacada y demolida sin la menor contemplación, y lo que es peor, llevándose por delante a los vecinos que viven en ellas desde que nacieron. Por no hablar de ciertas constructoras, de algunos técnicos o de la mayor empresa de administración de fincas de Madrid, a quienes sencillamente habría que encarcelar.
Y es que cuando a rehabilitar las casas tradicionales de Lavapiés se le llama intencionadamente «consolidar la infravivienda», el trabajo de cotidiano de los arquitectos independientes en los centros urbanos empieza a parecer más un acto de desobediencia civil y resistencia en respuesta a la gentrificación que programan desde arriba.